El apartamento estaba al final de una cuesta, tenía una terraza amplia y dos dormitorios. Descargaron del coche, tres maletas, dos bolsas y varios cachivaches que siempre se llevan cuando vas de vacaciones con dos niños pequeños, una colchoneta hinchable, cubos, palas y rastrillos. Los tres se bajaron a la playa mientras ella se quedó colocando todo; y cuando al fin terminó, se abrió una cerveza, se encendió un cigarro y se sentó en la terraza a ver el mar, el mismo que treinta años atrás fue el escenario de su primer beso de amor y ahora era el de un castillo mágico con sus tres príncipes dentro.
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